miércoles, septiembre 30, 2015

La felicidad de Guillermo Martínez

No todos los días tiene uno la suerte de leer un libro de cuentos "sabroso", que sabe bien, que tiene texturas, humor y que nos sostiene el alma hasta el final, como Una felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez. El escritor de Bahía Blanca, Argentina, que ganó el Premio Latinoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.

Tuve la suerte de conocer a Guillermo durante la reciente Fiesta del Libro de Medellín. Durante la charla pública en la que compartimos junto con Elkin Restrepo y Julio César Londoño sobre el cuento contemporáneo, pudimos conocer algunos secretos sobre la confección de su libro, Una felicidad repulsiva, y algunas creencias sobre su manera de concebir el cuento y la novela.
Guillermo Martínez y su libro de cuentos

En general me quedó la sensación de que Guillermo Martínez es un autor concentrado en su obra, la cual debe mucho a su padre también escritor, y al hecho de haber dedicado gran parte de su vida al estudio de las ciencias y la matemática. Ya había leído hace unos años su novela Crímenes imperceptibles de la cual Alex de la Iglesia hizo la película Los crímenes de Oxford. También había leido otra novela suya, La muerte lenta de Luciana B. pero nunca había frecuentado sus cuentos, experiencia muy recomendable.

Los cuentos que integran Una felicidad repulsiva, tienen una cierta variedad de registros, prima el humor, la perplejidad y en algunos casos la solución más o menos fantástica. Hay cuentos muy breves, otros de extención media habitual a cualquier cuento, y un cuento largo que su autor prefiere denominar nouvelle, pero que pese a su extensión no deja de ser un cuento.

Hay guiños a la solución fantástica en algunos de los cuentos, pero como lo señala su autor, en algunos casos, como en el cuento Una felicidad repulsiva, la solución fantástica queda en manos del lector que puede leerlos de esa manera o con la posibilidad de la interpretación realista. Otros, como el largo cuento final Una madre protectora o Un gato muerto, bordean los límites del cuento de terror, pero la intención del autor es indagar en la realidad de sus personajes, exponer sus pasiones, la profundidad de su espíritu, más que hacer juegos narrativos. Son cuentos de índole realista pero su autor acude a un gran arsenal de recursos al contarlos.

Mención aparte son los datos autobiográficos que se entreveran en los argumentos. La presencia de su padre, su experiencia como profesor de ciencias exactas, su pasado como estudiante en Inglaterra, etc.

El resultado final de este conjunto es sorprendente. Resulta raro leer un libro de cuentos tan parejo en su calidad, tan amplio en sus registros y argumentos, tan completo en sus resultados. No resulta extraño que haya ganado un premio muy competido, que parece en camino de convertirse en el galardón más importante que se entrega en América Latina a los autores de cuentos.

martes, septiembre 22, 2015

El horizonte luminoso es una línea imaginaria

 Por Roberto Aguilar

Roberto Aguilar es un lúcido periodista ecuatoriano. Mantiene el blog Estado de propaganda donde analiza los medios y el lenguaje del poder en Ecuador. Sus comentarios y algunos de sus tuits, fueron utilizados por la Secom, oscura oficina de censura de prensa del Régimen para silenciar y disolver a la ONG Fundamedios, donde Roberto colabora. Además, la Secom ha tramitado un llamado de "confesión judicial" a Roberto, embeleco jurídico que en palabras simples se traduce en un vulgar juicio por delitos de opinión. El razonamiento de estos censores es impecable: Aguilar nos acusa de perseguir a los periodistas, lo cual consideramos una calumnia, entonces como respuesta a la acusación perseguirmos al periodista que hace la denuncia.

La siguiente y muy reciente columna de Roberto ilustra el inane discurso del poder en Ecuador. Lo que en Argentina el Kirchnerismo llama "El relato". Las palabras del poder.

El Ecuador no es una democracia. Lo será un día. El correísmo ha sido muy sincero al respecto. No es un nuevo país sino el proceso de construcción de ese nuevo país lo que defiende y nos ofrece. La Senplades lo llama “proceso de construcción de un Estado democrático para el buen vivir”. O sea, el verdadero Estado democrático. El plazo para construirlo es incierto pero la historia de cómo ocurrirá ya está escrita. De esa certeza proviene la confianza en sí mismos y la jactanciosa superioridad que funcionarios y militantes demuestran en sus dichos y en sus hechos. Sólo ellos saben hacia dónde va la historia. Más aún: saben cómo llegar allá y tienen las herramientas necesarias. Basta con aplicar el proyecto político trazado por su Movimiento, intérprete legítimo y vanguardia de la historia que tiene por misión encaminar a la sociedad en la ruta correcta. Y en eso estamos: no seremos una democracia pero estamos bien encaminados.

Roberto Aguilar
El problema son los que no se dejan encaminar. Los que se oponen al proyecto, que es como oponerse al curso de la historia: un esfuerzo inútil, una pérdida de tiempo que sólo consigue retrasar lo inevitable. Es el caso de las protestas que esta semana se reactivaron en el país. Lo malo con quienes participan en ellas es que, como dijo Ricardo Patiño nomás el otro día, “están equivocados totalmente en la historia”. En otras palabras: eso de protestar y manifestarse en las calles es una etapa totalmente superada. Estaba bien para los tiempos en que los hoy correístas eran unos pobres arrastrados y muertos de hambre que protestaban también. Ahora que tienen el poder se supone que las demandas de aquel entonces han sido atendidas debidamente (de hecho todos ellos ya se compraron carro y casa), así que no quedan razones para protestar. “Yo participé en las huelgas nacionales de los ochenta –recuerda Patiño– haciendo reivindicaciones que sí eran políticas pero atendían adecuadamente al momento histórico. Ahora no”.

Ayer sí, ahora no. Nosotros sí, ustedes no.

Esta pretensión de conocer el curso de la historia es –ya lo han dicho varios analistas– un convencimiento religioso. ¿Qué más podría ser? El correísmo pudo haberlo heredado de su profundo conservadurismo católico pero también de sus más ortodoxas fuentes marxistas. La creencia en el papel redentor de los justos (papel que los marxistas adjudican al proletariado y los correístas a sí mismos) es una cuestión de fe. La sociedad del buen vivir del correísmo, lo mismo que la sociedad sin clases del marxismo tal como la describe Mircea Eliade en su Historia de las creencias religiosas, recoge la esperanza escatológica judeo-cristiana del fin absoluto de la historia. Para Marx, esa nueva edad de oro de la humanidad será el resultado de la subversión del orden y de los valores burgueses operada por los desposeídos. Para el correísmo, en cambio, se trata de un proyecto ejecutado por el Estado. En esto nuestro líder ha tenido la brillante idea de seguir los pasos de Stalin, que lo hizo tan bien y tuvo tanto éxito. Más aún: el proyecto en sí consiste en la construcción del Estado: un “Estado democrático para el buen vivir” que será la expresión de la verdad (la verdadera libertad, la verdadera justicia, la verdadera democracia) y de la felicidad humana. El espíritu de la historia de este país alcanzará su realización en el Estado correísta. Si Marx resucitara para verlos diría que los correístas son hegelianos de derecha.

Bajo este esquema, ser ciudadano es un problema de fe.

Para avivar la llama de esa fe, la retórica correísta está plagada de promesas de futuro. La propaganda repite que “El Ecuador va” y los medios del gobierno construyen la épica de ese proceso entre los desvaríos apologéticos de Carol Murillo y Omar Ospina. “El Ecuador no para”, redunda la agencia Andes en el título de uno de sus programas de entrevistas. Mientras tanto, la tecnocracia se mueve en territorios semánticos regidos por conceptos pletóricos de optimismo: proyecto, construcción, avance… Todo está por hacerse y eso es bueno. “Estamos avanzando en el proceso de transformación del sistema educativo”, asegura René Ramírez. “Hemos iniciado el proceso de construcción de la soberanía alimentaria”, reseña un reciente documento oficial sobre la materia. “Estamos avanzando en hacer cumplir la ley a las empresas”, sentencia un satisfecho superintendente Pedro Páez. “Estamos avanzando en la verdadera libertad de prensa”, promete el propio Rafael Correa. “Estamos avanzando en el proceso de construcción de la innovación social”, asegura el rector de una de las nuevas universidades del Estado. Y así con todo. En todo estamos avanzando, nada está listo. El proyecto es de tal magnitud (se trata nada menos que de instaurar la verdad sobre la tierra) que nada podría estarlo. Incluso aquellas cosas que creíamos ya tener, resulta que recién se están haciendo.

¿No llevamos años escuchando sobre el cambio de la matriz energética y contemplando cómo el gobierno gasta a manos llenas en un puñado de hidroeléctricas a precio inflado? Pues resulta que, en ese tema, no sabemos ni hacia dónde vamos. No todavía. En serio. Recién en abril de este año se desarrolló “una nueva etapa”, no la última, “en el proceso de construcción de la Agenda Nacional de Energía”, un “documento de política pública que, según la información oficial, “servirá como la base fundamental para desarrollar y aplicar una estrategia energética a corto, mediano y largo plazo”. Es decir que las decisiones inmediatas sobre temas energéticos en el Ecuador están siendo tomadas sobre la base de un documento que aún no existe. Lindo, ¿no? Y mientras el Cotopaxi no cesa de echar humo y El Niño besa nuestras costas, podemos decir con orgullo que “estamos avanzando en la construcción de un Ecuador preparado en gestión de riesgos”, como anticipó la semana pasada un funcionario del ministerio respectivo. O sea: no estamos preparados para una catástrofe natural pero lo estaremos. ¿Cuándo será eso, ya que ocho años fueron insuficientes? Y, de paso, ¿cuándo tendremos al menos una agenda de energía? ¿Cuándo terminaremos de transformar el sistema educativo? ¿Cuándo alcanzaremos nuestra soberanía alimentaria? ¿Cuándo cumplirán con la ley las empresas? ¿Cuándo tendremos libertad de prensa? ¿Cuándo seremos una sociedad de innovadores? La respuesta es una sola y resulta obvia: cuando hayamos terminado de construir el Estado democrático para el buen vivir. Nomás tengan fe.

¿Y cuándo será eso? Imposible decirlo. Al cabo de ocho años de construcción a todo trapo, el avance de la obra es el que describió el propio presidente en diálogo con la prensa extranjera, apenas en junio pasado: “empezamos por fin a construir la verdadera libertad”. Empezamos por fin. Es decir: recién. Ocho años de correísmo apenas han servido para poner las bases de un proceso que se perderá en los confines de la eternidad y no conoce retorno. ¿Ven cómo la reelección indefinida resulta imprescindible? Lo único que sabemos con certeza es que el proyecto político se realizará el día en que el correísmo consiga la victoria final en la lucha entre el Estado y sus enemigos.

Considérese ahora la extensa lista de enemigos: la derecha y los medios que conspiran; los movimientos sociales, los gremios, los sindicatos, las organizaciones indígenas que no representan a nadie y tienen que ser reemplazados por otras cuya representatividad esté garantizada por el Estado; las fundaciones y oenegés que incursionan ilegalmente en la política y tendrán que desaparecer o sujetarse a los controles del Estado; los defensores de los derechos humanos y las asociaciones ecologistas que perdieron el tren de la historia; los organismos internacionales que defienden los valores de la democracia burguesa; la oligarquía y los politiqueros, los tirapiedras y los terroristas, los aniñados, los pelucones, las coloraditas, las gorditas horrorosas y otros trogloditas, la argolla de buitres y gallinazos, los bichos que le llegan a la cintura al presidente y a quienes da ganas de caerles a patadas, de cometer microbicidio con ellos, en fin, todos los rezagos del viejo país que todavía subsisten agazapados…Cuando todas esas fuerzas hayan sido finalmente exterminadas o reducidas, puestas bajo control y disciplinadas, cuando el Movimiento haya conseguido encaminarlas a todas o desaparecerlas, sólo entonces la revolución habrá triunfado, el proyecto político de la felicidad y el buen vivir se habrá impuesto y tendremos, por fin, una democracia plena, verdadera. El “Estado democrático para el buen vivir” estará finalmente construido y el ministerio de Fredy Ehlers será perfectamente comprensible.

Porque en la verdadera democracia no tienen cabida los que joden: la derecha y los medios privados, los movimientos sociales independientes y los ciudadanos críticos. Como todos ellos todavía existen, la única democracia posible es la burguesa. Pero la democracia burguesa vale tres atados. El correísmo no la quiere. Prefiere dedicarse al microbicidio para preparar el advenimiento de la otra, la verdadera. Por el momento, a falta de una democracia verdadera, una libertad verdadera y una justicia verdadera que ya vendrán, nomás tengan fe, la democracia, la libertad y la justicia a secas quedan en suspenso. Hasta el fin de la historia. Amén.

lunes, agosto 17, 2015

Niebla al mediodía

A propósito de la entrada anterior, recordé que escribí esta nota para la revista Diners de Ecuador.

Poco a poco la obra de Tomás González ha terminado por ser uno de los trabajos literarios más reconocidos en Colombia. Desde su novela inicial, Primero estaba el mar, publicada por el legendario bar El Goce Pagano de Bogotá, en una edición para los amigos, hasta Niebla al mediodía, su novela más reciente, es un conjunto de títulos que hoy se lee en varios idiomas. Una obra construida a partir de pequeñas historias, con grandes personajes, narradas con las palabras precisas.

Este libro, para decirlo en pocas palabras, se lee con pasmosa facilidad. Esto no significa que sea una trama liviana, sino más bien que es una novela narrada con mucha eficacia. Sus poco más de cien páginas dejan la impresión de que uno ha leído muchas más. Tal la intensidad del relato.

Niebla al mediodía está contada desde la perspectiva de cuatro personajes que van construyendo un lugar casi metafísico poblado por personajes que practican yoga y meditación zen; paisajes con amenazantes riscos, cascadas, una laguna sin fondo y mucha guadua. Las ciudades aparecen apenas como un eco lejano de si mismas: Bogotá, Nueva York, Cartagena. Hay también algún pueblo lejano de la zona cafetera donde un cura con ínfulas modernistas derriba la iglesia de guadua construida por Raúl, una parábola sobre la debilidad del arte frente al pragmatismo.

Lo fundamental para Tomás González, cuya vida cotidiana transcurre en un paisaje idéntico al descrito en esta novela, es el paisaje interior de sus personajes. A través de ellos va elaborando una trama de relaciones existenciales en la que queremos, como lectores, permanecer. Y esto es algo que solo los buenos escritores consiguen: espacios donde queremos estar. Aunque sea, como en este caso, el lugar de un crimen fantasmal.

miércoles, agosto 12, 2015

La literatura colombiana y el pececito de colores

Es una queja más o menos reiterativa de parte del mundo literario hacia el periodismo colombiano: los medios no le dan importancia a las noticias relacionadas con el mundo de los escritores y el libro. Es cierto que cubren las ruedas de prensa de la ministra de cultura cuando anuncia pomposamente nuevas inversiones en proyectos de lectura que probablemente terminarán en cerros de libros embodegados, en municipios periféricos, esperando el momento en que algún funcionario los remate como pulpa de papel.

Pero, poco más, porque el periodismo colombiano no tiene memoria y no le interesan los procesos culturales. Es como el pececito de colores encerrado en su jaula de cristal para el cual cada vuelta a la pecera siempre es nueva y sorprendente.
Tomás González


Cuando se habla de un escritor, se necesita que este haya ganado un premio más o menos importante, o hecho una publicación que tenga alguna respuesta comercial. Hay nombres de escritores que por alguna de las dos razones mencionadas han logrado quedarse grabados en la memoria del pececito de colores. Más o menos todo periodista sabe quien es Hector Abad o Fernando Vallejo, quizá con alguna dificultad recuerda a Mario Mendoza y a Jorge Franco, con más dificultad a Miguel Torres, y de ahí en adelante se necesita que el escritor, como la foca amaestrada, haga su número publicitario para merecer la atención del pececito de colores.

Caso patético es el de Tomás González. Uno de los más serios escritores colombianos, autor de una consistente colección de novelas, cuentos y poemas. Un hombre serio y privado al que le cuesta relacionarse con los medios. Tal vez por eso cada vez que publica un libro se vuelve a leer la frasecita ridícula escrita en alguna parte: "uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana". 

Claro, el pececito de colores no tiene por qué saber que Tomás públicó unos pocos cuentos más o menos sorprendentes antes de que apareciera su primera novela, Primero estaba el mar. Por tanto tampoco recuerda que Tomás ganó en 1987 el premio de novela colombiana otorgado por la editorial Plaza y Janés a su novela Para antes del olvido, que en su momento fue reseñada por Enrique Santos Calderón en su columna Contraescape, lo que contribuyó a la consolidación pública de la novela de Tomás, como ya lo había hecho, un año antes, con la novela Rosario Tijeras de Jorge Franco.

Después de estas dos primeras novelas, Tomás continuó publicando persistentemente, y el pequeño mundo lector de Colombia así lo reconoció. Su obra se publicó en el resto del mundo de habla hispana, se tradujo, pero de eso no se enteró el pececito de colores. Por eso cuando Tomás publicó La luz difícil con gran éxito de ventas, volvieron a mencionarlo como "uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana". Y lo seguirán haciendo hasta el final de los tiempos, o hasta que se rompa la pecera y el pececito de colores termine boqueando sobre el tapete interconectado de la Internet.

Después, por un breve momento, "uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana" pasó a ser Evelio Rosero, cuando su excelente novela Los ejércitos, ganó el premio Tusquets de novela. Ahora el nuevo secreto mejor guardado es Pablo Montoya, quien acaba de ganar el Premio Rómulo Gallegos con su Tríptico de la infamia.

Pablo Montoya
El pececito de colores se ha puesto los anteojos para mirar a través del vidrio de su pecera y saludar por unos segundos a este nuevo "secreto". Y bueno, si eso sirve para que la obra de Pablo Montoya circule un poco más, estará bien. Lo triste es que esta ausencia de memoria en lo que se refiere al mundo de la cultura, de la literatura y de los escritores, se extiende también a todos los ámbitos de la vida colombiana. Por eso cada cuatro años, gracias, entre otras cosas, al pececito de colores desmemoriado, los desharrapados, los hambrientos de todos los rincones de Colombia, a cambio de una teja, un saco de cemento o un tamal, siguen eligiendo a los corruptos que asaltan los recursos públicos, porque nadie en los medios se dedica a recordar sus crímenes.

La desmemoria en la sociedad colombiana es reforzada permanentemente por el pececito de colores, que a cada vuelta de la pecera se sigue sorprendiendo por la nueva reina de belleza, los Pablo Escobar, los Diomedes, etc. Por todos esos fenómenos que la literatura supera y explica.

viernes, mayo 22, 2015

La red, los jóvenes y la literatura

En una columna reciente publicada en el diario El Tiempo, la escritora Yolanda Reyes se quejaba  de esos muchachitos que son promovidos por las editoriales y las empresas de la red (léase Google, Youtube), como nuevos fenómenos culturales y que las editoriales consideren escritores por el simple hecho de llevar al papel sus menudas aventuras. Menciona dos casos: una niña que cuenta en su canal de Youtube su relación medio incestuosa con su hermano y un muchachito, que tambien en Youtube, ha conseguido cinco millones de descargas gracias a sus confesiones sobre su experiencia al salir del closet.

Lo primero que se me ocurre es que estos fenómenos no son nuevos. Lo que resulta novedosa es la plataforma mediante la cual se difunden ahora ese tipo de cosas. Pero la industria editorial y la industria cultural, para incluir aqui a Google y a Youtube, hace rato que se alimentan de estos escandalos ligeros para tratar de comercializar el morbo que el público siente por las personas que abren una ventana hacia su propia intimidad y si esta parece un poco retorcida, mejor.

Lo que pasa es que ahora hay una gran diferencia. Antes se usaba la plataforma de la revista, de la página de periódico impresa, salir en un programa de radio o televisión. Medios que implicaban una mayor intermediación del periodista de escándalo. Ahora la red ofrece una cantidad de balcones que antes eran impensables; ahora cualquiera puede tener un canal de televisión propio en Youtube y conseguir millones de espectadores. Un blog puede ser visitado miles de veces, conseguir muchas más lecturas que la revista de antaño.

Entonces, lo que sorprende no es que una gran mayoria se interese por temas sin importancia, sino que eso es lo normal bajo la dictadura de los medios de comunicación actuales. De la imposición de un gusto nivelado por lo bajo. Es normal que el reguetón se escuche más que el son cubano. Que el nacimiento del bebé de la princesa Leticia en España sea más importante para los medios que difundir el hecho de que Antonio Muñoz Molina sacó una nueva novela (y muy buena).

Tal vez, lo que habría que mirar es como en estos tiempos de redes sociales, de viralismo e inmediatez, los jóvenes y las personas de todas las edades, leen mucho. Lo que pasa es que la lectura varió. Ya no se hace en periódicos de papel, diseñados con columnas abigarradas, como era la prensa colombiana de los años cincuenta, ni en revistas ligeras como la Cromos de diversas épocas, sino que ahora se lee en Blogs, en Twitter y se visualizan contenidos mediante canales de imagen como Instagram o Youtube. Es una nueva situación para la que hay que ofrecer nuevas respuestas. Nuevos retos que implican actitudes diferentes. 

Obviamente, en las redes o en los medios análogos, el trabajo literario siempre será minoritario. Dirigido a pocos lectores, en proporción a los temas que se viralizan. Ya quisiera uno que un buen cuento literario fuera un fenómeno en las redes. Pero, en realidad, lo que más se difunde es lo que sacude, en mayor o menor escala, el morbo de la gente. Y la literatura, con su mirada crítica, está lejos de satisfacer a esos lectores más interesados en las veleidades de las celebridades que las reflexiones sobre la naturaleza humana.

martes, mayo 19, 2015

Collazos

Foto: Carlos Duque
No fui muy amigo de Oscar Collazos. Coincidimos en muchas reuniones de escritores, conferencias, encuentros, festivales, etc. En ocasiones estuvimos en la misma mesa de conferencias o de restaurante y poco más. Sin embargo, por una suma de pequeñas casualidades, Oscar fue importante para mi formación como escritor en los primeros años que dediqué a estos asuntos.

Conocí a Oscar Collazos cuando yo todavía estaba en el colegio y él era un escritor que acababa de regresar a Colombia después de haber dirigido el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas de la Habana y de haber tenido su famoso debate epistolar con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa en las páginas del semanario Marcha de Montevideo.

Yo estudiaba en un colegio de garaje en el norte de Bogotá donde recalábamos los estudiantes problema de los colegios bien, así como muchos profesores problema que en aquella época estaban tirando piedra en las universidades donde terminaban de formarse. Alguno de esos profesores problema invitó a Oscar a dar una conferencia en el colegio a nosotros, los estudiantes problema. No recuerdo mucho de que habló Oscar pero si recuerdo que me impresionó el hecho de haber conocido a un escritor de verdad. El primero que veía en mi vida.

Meses después, la hermana mayor de mi amiga Kelly Velásquez, Aseneth, necesitaba viajar y me pidió que le cuidara su apartamento durante un fin de semana. En aquel tiempo disponer de un apartamento prestado donde quedarse con la novia por un fin de semana era un privilegio que no se podía rechazar.

El apartamento estaba ubicado en la Macarena, era un dúplex más o menos loft (lo llamarían ahora) y contaba con una cama grande y una biblioteca aún más grande. Durante aquel fin de semana disfruté esos dos muebles de diversa manera. Pero lo pertinente para esta historia es que en aquella bien surtida biblioteca encontré los dos primeros libros de Oscar Collazos, publicados por la editorial Arca de Montevideo: Son de Maquina y El verano también moja las espaldas. Obviamente fue una coincidencia afortunada y me los devoré ese fin de semana, o a lo mejor me los robé, no recuerdo bien, el caso es que esos cuentos me gustaron mucho y los releí más de una vez.

El cuento era un género que cada vez me fascinaba más y esos dos libros de Oscar Collazos reafirmaron mi interés por esa forma perfecta de la narrativa.

Tiempo después, meses o semanas después, andaba yo con un grupo de amigos un poco hippies patrullando calles y parques y metederos varios, con unas brasileras muy bonitas y muy hippies que en algún momento nos dijeron que tenían que ir a visitar a un escritor. Seguramente si nos hubieran dicho que las acompañáramos al infierno igual hubiéramos ido, pero yo acepté acompañarlas aún con mayor gusto, porque todo lo que tuviera que ver con el asunto de escribir era importante para mí, que desde que estaba en cuarto bachillerato intentaba ser parte del oficio.

Llegamos a un apartamento de la carrera tercera con diecinueve, cerca de la escultura de La Pola. Al lado de donde quedaba la galería Belarca donde trabajaba Aseneth. Entramos al lugar y oh sorpresa, el escritor que las brasileras iban a visitar era Oscar. No estuvimos allí mucho tiempo, y en todo caso no pude manifestarle mi admiración por sus cuentos, sobre todo porque Oscar estaba más ocupado coqueteando con las brasileras que interesado en escuchar los elogios de un fan recién salido de la adolescencia. Así que aproveché para mirar los libros que leía Oscar, su máquina de escribir sobre una mesa con una cuartilla a medio hacer. Todos esos detalles que me parecían absolutamente significativos y que sumados a la lectura de sus cuentos, avivaban en mí el deseo de convertirme en escritor.

La tarde se saldó conmigo y los amigos medio hippies con los que yo andaba, patrullando solitarios esas calles bogotanas de los años setenta, sin las brasileras que, obviamente, terminaron quedándose donde Oscar. Comenzaba a descubrir una de las virtudes de la literatura: que ayudaba a tener carreta para el levante.

Años, muchos años después, en alguno de esos encuentros de escritores donde volví a encontrarme frecuentemente con Oscar, por fin pude decirle lo mucho que me gustaban sus cuentos y qué tanto los había leído. Hasta le conté el incidente con las brasileras que él cortésmente dijo recordar aunque era obvio que no tenía ni idea de qué le estaba hablando. Un hombre amable.

Ahora Oscar se ha ido y me ha parecido que la mejor manera de despedirme de él es recordar la manera como lo conocí.

Saudade.

domingo, mayo 10, 2015

Lo público y lo privado en la lectura

Hoy renové mi carnet de socio de la biblioteca Luis Ángel Arango. Necesitaba sacar unos libros, seis para Lucila y uno para mi. Así que fui, hice la vuelta y los solicité.

Produce cierta felicidad cuando uno recibe de un solo golpe un paquete de libros, porque lo hace a uno volver por esos momentos más o menos navideños, aquellos sentimientos que se producen en el acto de ser agasajado con regalos. Por eso recibí los libros encantado, como si fuera una parva de regalos, y me senté en una de las bancas de la biblioteca a revisarlos buscando las sorpresas de su contenido. Casi todos eran libros muy usados, muy leídos por otras personas. Pero esa es la función del libro de la biblioteca. Ser compartido por muchas personas. Por eso me sorprendió el estado de casi todos los ejemplares. Estaban muy usados, eso es natural, pero también muy maltratados, poco queridos. El que me interesaba a mí, un libro de Norman Cohn, titulado En pos del milenio, según el archivo de la Biblioteca, había sido prestado doscientas cuarenta veces. No muchas, considerando que es un ejemplar publicado en 1983, pero es agradable saber que otras doscientas cuarenta personas habían disfrutado de su contenido. Lo que no me pareció tan chévere fue encontrar en él y en los otros seis libros solicitados por mi, anotaciones en lápiz y bolígrafo.

Es asombroso que un libro de uso público sea subrayado por alguien. Subrayar un libro que uno ha comprado es una manera de apropiárselo, de poder volver sobre pasajes que interesaron durante la lectura, fragmentos que se quieren citar en algún trabajo. También es abrir la posibilidad de releerlo de manera rápida en otro momento de la vida. Cada subrayado, refleja una manera personal de leer, refleja intereses particulares, refleja sesgos culturales, una manera de entender un contenido, muy diferente a como lo haría otra persona. Y eso es algo que se hace, o se puede hacer (depende de los gustos personales) con los libros que uno colecciona en su bilblioteca personal.


Algunas personas que tienen el hábito de subrayar libros, lo advierten cuando prestan esos libros marcados por su impronta personal; para que el nuevo lector no sienta que lo están conduciendo por un sendero distinto al que él buscaba. Y si uno es el depositario de ese libro prestado, acepta esa regla de juego y se arregla como puede.


Pero como usuario de una biblioteca pública resulta ofensivo encontrar que los libros que son de todos, han sido marcados, secuestrados, rotulados y en cierta forma desguazadados, por lectores invasivos que no respetan lo público. 


Esta falta de respeto hacia los bienes públicos son una constante en la sociedad colombiana. Nadie asume lo público para protegerlo, quizá, a lo sumo, para apropiárselo, convertirlo en un bien personal. Una costumbre que se llama corrupción. Subrayar un libro es una forma, si se quiere, modesta de la corrupción. Pero corrupción a fin de cuentas.

jueves, enero 29, 2015

El fin del mundo en mi ventana

Estoy en una oficina de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y miro los árboles del jardín que hay cuatro pisos más abajo. El viento mueve las hojas y aunque a lo lejos escucho algún trino, estoy un poco triste, o melancólico, o simplemente deprimido porque no veo los pájaros que eran casi el retrato sonoro de Bogotá: el Copetón o Gorrión, o Zonotrichia capensis.
Un alumno, en la clase del día anterior me hizo caer en cuenta de que los copetones están siendo diezmados, o incluso ya casi estén extintos, por las Mirlas venidas de otras plataformas climáticas. Estas aves son como caníbales aéreas que se comen a los polluelos de los gorriones y los huevos, y los han llevado a su extinción.


Un estudio del año 2012, realizado por 
el profesor del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la UN, Gary Stiles, nos informaba que la especie más amenazada en Bogotá era el cucarachero de la sabana, cuyo hábitat son los humedales. El pájaro depredador es el Chamón, ese mismo experto decía que sólo en el futuro podría existir amenaza para el gorrion. Pues bien, hoy, a sólo dos años de aquel estudio, podremos decir que la amenaza se cumplió. Las mirlas son como los paramilitares que desplazan a los campesinos, ahora esas aves paracas han desplazado a los gorriones, primero de las zonas arborizadas de los barrios hacia las montañas de la ciudad, pero ahora incluso también comienzan a ser expulsados de estas zonas. Vivo en un barrio con muchos árboles cerca de las montañas y puedo certificarlo.


Si, según la ONU, cada día se extinguen 150 especies de animales en el mundo, desde mi ventana veo extiguirse una especie que acompañó la personalidad de mi ciudad. O sea, veo el fin del mundo acercarse, ominosamente, por mi ventana